domingo, 13 de septiembre de 2009

¡Me estoy convirtiendo en mi abuelo!


Soy muy curioso y me fascina explorar, desde mitos e ideas filosóficas hasta cómo reparar un radio y un televisor. Cuando era niño, los juegos que mis padres me compraban eran cubos mágicos y piezas plásticas de mecánica. También me regalaban algunos juegos con motor eléctrico como naves espaciales y autos de carrera y a control remoto, pero de estos me aburría a los pocos días.

Mis juegos preferidos eran confeccionar coloridas cometas, arreglar bicicletas, construir carropatines y despanzurrar los juegos eléctricos para arrancarles el motor e instalarlo en el barco de madera que había construido con pedazos sobrantes de madera de construcción.

Los carropatines eran algo así como los skateboards rústicos; carros que eran una lámina de 2 o 3 pulgadas de madera a la que le hacíamos un agujero en la parte delantera para instalarle un volante y dos pedazos de madera cruzadas atrás y adelante en cuyos extremos se colocaban rodajes que eran las ruedas. Los había de 3 y 4 ruedas. Jugábamos a las carreras de automóviles con ellos. Los más pequeños éramos los conductores y los más grandes el motor, es decir, que eran los que empujaban a la mayor velocidad posible. Construir carropatines era divertido pero hacer cometas lo era más porque se trataba de una mezcla de ciencia y arte, pues si los principios de aerodinámica, peso específico, equilibrio, contrapeso, no estaban bien aplicados la cometa no volaba o volaba borracha, dando tumbos. Y era arte porque la idea era tener la cometa más bonita y no había tienda que las vendiera. Las hacíamos. En forma de cruz, H, Estrella... las hacíamos.

Me vino a la memoria esto hoy por la mañana después de reparar un sofá, una cómoda, un agujero en la pared y una aspiradora en casa, que me hubiera costado más de 300 dólares en otro caso. Me vino a la memoria aquella vez que era un estudiante universitario que contaba las monedas y obtuve mi primer equipo de audio. Amante del canto, la música era y sugue siendo mi segunda piel. Y por eso, soñaba con tener un radio reproductor de casetes, el más barato pero simplemente no me alcanzaban las propinas que

esforzadamente me daba mi padre quien también pagaba los estudios universitarios de mi hermana y míos. Pero, el destino quiso que encontrara en la bodega de la casa de una tía económicamente acomodada un pequeño reproductor de casetes Toshiba descompuesto y partido en dos. Fue como ver el cielo. Lo llevé a casa y después de varios intentos, goma por aquí, goma por allá, uniendo este extremos del circuito con este otro... ¡el aparato funcionaba! Funcionaba y alli, en ese pequeño reproductor, pude escuchar por primera vez en mi vida a cantantes y músicos que aún me acompañan, Bob Dylan, Cat Stevens, Joan Baez, Silvio Rodriguez...

Dicen mis sobrinas que esta historia se las he contado al menos 30 veces, tal como lo hacía mi abuelo con las historias de su sufrida niñez, los maltratos de su padre, su fuga de la casa paterna a los 12 años para nunca más volver, su adolescencia desamparada, sus peripecias para casarse con Rosa, mi abuela, la persecución de una de las tantas dictaduras que ha tenido el Perú, sus amoríos y de cómo se hizo hombre. Santos Sabogal, mi abuelo, era un agente de aduanas y cuando no nos contaba sus historias una y otra vez, estaba haciendo o reparando un mueble o un equipo en casa. Sus anécdotas eran alucinantes y su vida llena de aventura. Sin padre ni madre a los 12 años de edad, aprendió a hacer de todo y no sólo sobrevivió sino que hasta formó una familia y crió 7 hijos, 3 hombres y 4 mujeres, la segunda de ellas, mi madre. Y por eso sabía hacer de todo y le encantaba contar sus historias. Así era él, único, valiente, pero sobretodo útil, muy útil… y repetitivo.

Por eso digo, Dios, me estoy convirtiendo en mi abuelo. ¡Útil y repetitivo!

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