martes, 9 de marzo de 2010

No me llevo bien con los adultos


No me llevo bien con los adultos. Los niños son más sensatos e infinitamente más divertidos.

Los niños hablan de cosas realmente importantes, como por ejemplo, ¿a qué jugamos?

Los adultos, cuando quieren enamorarse, se citan a conversar en un café y hablan, mientras muestran sus habilidades para comportarse en la mesa y sus conocimientos de enología y etiqueta. Pretenden, lucen, actúan, exponen sus ideas, discuten, fanfarronean, e intercambian nombres, ocupación, correo electrónico, curriculum vitae, pedigree, preferencias culinarias y números de teléfonos. Y así entonces creen conocerse.

Algunos otros, los más aburridos y sicópatas, como siempre están demasiado ocupados para divertirse, cuando quieren enamorarse, buscan un match-maker cibernético que les ponen frente a unas extrañas vidrieras virtuales donde unos a otros se venden como se vende la carne, cebollas y tomates en el mercado.

Los niños, por el contrario, nunca quieren enamorarse sino que simplemente… se enamoran, porque el amor en ellos fluye naturalmente como el agua de un arroyo. Y cuando eso ocurre, el enamorarse, se instalan en cuanto pueden justo frente a los ojos de la niña que les quita el sueño y le dicen, por ejemplo, “¿te gustan los chistes?” Y así, juntos, solos o en grupo, ríen, ríen desaforadamente que hasta los mocos se les caen.

Algunos otros, los más graciosos, gritan y bailan como monos, juegan con su saliva, corretean, vociferan, juegan a las escondidas, al chicote caliente y el mata gente, aunque les digan que esos juegos son incorrectamente políticos. Si es necesario, organizan campamentos, caminatas, partidos de vóley y fulbito, fogatas, y cantan, desafinadamente, cantan… y mientras lo hacen, se conocen y, mejor aún, se re-conocen unos a otros verdadera, sencilla y profundamente.

Por eso me gustan los niños, porque saben que el amor verdadero sólo es posible hacia aquello que se re-conoce.

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