Penúltimo segundo
y conminas
a quererte
y quererte y quererte y dejarte
y olvidarte
y otra vez quererte,
me entran
unas ganas
de pedirle
a Dios
fervientemente
que al fin y
al cabo
y dada
cierta acreditada insolvencia,
liquide el
mundo
y que todos
los amores,
¡qué digo!,
los romances
más
generalmente,
las miradas
entornadas,
queden allí
petrificadas,
para evitar
así
aquel
penúltimo segundo
que parece
a veces ser
cada silencio
tuyo.
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