domingo, 11 de enero de 2009

¡OJALÁ YO PUDIERA!

(O Pequeñísimo tratado sobre las frases que nos encadenan)

"Ojalá", se me antoja, es uno de las palabras más singulares y hermosas del castellano. ¡Y es además tan útil y de uso tan común! Es una palabra estupenda. Es fácil, enérgica y siempre está a la mano y, por eso mismo, siempre he vivido en total armonía con esa palabra y hasta me he dado el gusto de tener uno que otro romance con ella.

Mi primera aventura con ella se inició con una canción del argentino Piero cuyo título es, no tienen que hacer mucho esfuerzo para adivinar, Ojalá. Era el principio de los años 80 y me enamoré de ella, como lo hecho siempre de las mujeres que me han gustado y las cosas buenas de mi vida, a primera vista.

"Tengo una ilusión" decía Piero citando a Martin Luther King Jr.,
"Ojalá nuestras acciones cada día sean una coherencia y una plegaria. Y que todos tengan mas trabajo y libertad que no duerman mas chicos en la calle que nos amemos sin prejuicios." 
La he cantado, no sé ya cuántas veces, pero les aseguro que han sido cientos o más. Eran mis años de idealista romántico y estaba a favor de cualquier acto de justicia y en contra de cualquier acto de injusticia. "Ojalá" me pareció por eso la canción más hermosa que había escuchado y así lo fue por varios años.
Habría de dejarla, sin embargo, en el olvido, por otra canción del mismo nombre pero de diferente autor, Silvio Rodríguez. 
Silvio… 
Yo había escuchado ese nombre antes y no me daba mucha confianza. Silvio era el nombre comercial de un peluquero de señoras muy conocido en la Lima de los años 70 y 80, Silvio Coiffure, quien, como se imaginan, tenía una opción no heterosexual y eso, para la educación machista y homofóbica que yo había recibido, no era algo fácil de digerir.[1]
Por eso, cuando por vez primera vi sobre el pupitre de mi compañera de estudios en el quinto año de la universidad, una fotocopia barata de un cancionero de Silvio Rodríguez, experimenté un rechazo inmediato. Días después le pregunté a Cecilia:
"¿Es bueno este… Silvio?". 
"Buenísimo" fue su respuesta  
"¿Buenísimo? - le dije- ¿Mejor que Piero? ¿Mejor que Serrat?  
"Sí, mucho mejor"- respondió ella. 
¿Cómo puede ser bueno un tipo que lleva ese… nombre?" repliqué.
Y Cecilia, mientras sonreía con compasión por mi estrechez de mente y corazón, insistió:
"Buenísimo, te digo y mucho mejor. Y para probártelo, mira, te voy a prestar este casete"
Y me lanzó un reto, mientras me colocaba entre los dedos un casete pirata de esos que vendían en el centro de Lima, junto a la Plaza San Martín y al costado del Cine Colón, los libreros de Jirón Quilca, en aquellos años en que esa música sólo se encontraba como copia pirata: 
"Vas a llevarte este casete que tiene varios temas de Silvio. Escúchalos. Si no te gustan, te compro una caja de chelas[2]; y si sí te gusta al menos una canción, me pagas una caja de chelas."
Acepté gustoso el desafío y esa noche, luego de cenar y prepararme para dormir, me dispuse a escuchar las canciones del sujeto ese con nombre de… estilista… en mi toca-casete Toshiba que unos meses antes yo, estudiante provinciano hijo de una familia no precisamente acaudalada, había rescatado de los trastos viejos e inservibles de casa de mi tía Clori y reparado con soldimix, cinta adhesiva, cordones eléctricos residuales y mucha desesperación por tener algo ¡en que escuchar mi música!
Las ruedillas del casete empezaron a girar y el nada imperceptible ruido de los envejecidos ejes del aparato dio paso a los inusitados arpegios de la composición "Ojalá" de Silvio Rodríguez, mientras los más de veinte diferentes acordes y posiciones disonantes se sucedían maravillosamente acompañando una voz que decía:
"Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan, para que no las puedas convertir en cristal. Ojalá que la lluvia…"
Fue suficiente. Allí estaba yo, locamente enamorado de esa canción y con una deuda que no tenía idea cómo iba a pagar.
La deuda fue perdonada por ese alma grande que era Cecilia y mi amor por "Ojalá" nunca se acabaría. Aún hoy, me parece la canción más hermosa de la historia de la música cantada.
En los últimos años, sin embargo, he empezado a notar que muchos de nosotros damos a "Ojalá" otros usos y que de hecho yo y muchas de las personas que amo, que ya bordeamos los cuarenta y tantos años, lo hemos venido haciendo hasta adoptarlo como un estilo de vida.
En esta fase de nuestras vidas ya somos capaces de  hacer un inventario de éxitos y fracasos, de momentos felices y momentos infelices, de anécdotas sublimes e historias de terror. Y, por alguna razón que apenas he empezado a entender, nos convertimos en nuestros jueces más despiadados e implacables.
Miramos con desdén lo poco o mucho que hemos logrado y nos azotamos ferozmente por lo sueños que quedaron inconclusos y, más aún, por aquellos que nunca nos atrevimos a convertirlos en realidad e incluso por los que aún podemos hacerlos nuestro presente, especialmente estos.
Y cuando nos preguntan que por qué no lo hicimos, respondemos sin dudar:
"Ojalá lo hubiera hecho"

Todos hemos perdido belleza física, unos más que otros, pero a cambio hemos adquirido la adorable hermosura de la edad madura que no es nada más que ese equilibrio que nos ponen en la mirada, las lecciones aprendidas. Unos hemos llegado más lejos que otros. Unos hemos disfrutado más el camino y otros nos hemos enfocado más en la meta y algunos, cuando les dicen que te veo grande, feliz y poderoso, piensan o responden:

"¡Ojalá fuese cierto!"

Esto es lo que me ocurre a veces y que veo que le viene ocurriendo a muchos de mis amigos y familiares que amo profundamente.

Sólo entre ayer y hoy, dos de estas personas con quienes suelo tener intensas conversaciones sobre la felicidad y la vida, me decían resignadamente:

"¡Ojalá fuese cierto! ¡Ojalá estuviese! ¡Ojalá tuviese! ¡Ojalá yo pudiera!"

Anoche, por ejemplo, una de ellas, una mujer de 43 años que a lo largo de su vida ha adquirido virtudes que unidas son envidiables -inteligente, dulce, sensible, generosa, tiene espíritu de lucha, confiable, amorosa, sabe escuchar, sabe dar, buena amiga, buena hermana, buena madre-[3] se encontraba abatida por ciertos hechos de su historia que no se ha atrevido a aceptar aún, por ciertos sentimientos que tuvo en el pasado y que nunca, hasta hoy, se ha atrevido decírselos al hombre que los inspiró, por miedos que sabe que están allí y no se atreve a cruzar.

Después de una charla en la que me contó su secreto mejor guardado, le dije:

"¿Y por qué no agarras ese teléfono, lo llamas y se lo dices?"

La respuesta, luego de esforzarme por unos minutos por conseguir que se enfocara, fue:

"Ojalá yo pudiera…"

La llené entonces de halagos.

Le dije a gritos y con todo el amor del que soy capaz,[4] todo lo grande y fabuloso que siempre veía y veo en ella:

"Te veo grande, hermosa, luchadora, brillante, capaz, valiente…"

Y su respuesta, una vez más, fue un manso:

"Ojalá fuese cierto…"

Y por eso anoche casi no dormí.

Me di cuenta de que mi romance con la palabra "Ojalá" estaba entrando en una crisis cuyas consecuencias no podía prever ni controlar.

¿Cuántas veces había dicho yo lo mismo?

¿Cuántas veces me había rendido?

¿Cuántas veces había usado esa palabra tan estupenda para justificar mi parálisis y mi pereza?

¿Cuántas veces me había sentido vencido y sin remedio, sometido, subyugado?

¿Cuántas veces?

Quería apoyar a mi amiga, pero no sabía cómo y es por eso que escribí estás líneas en las que me atrevo, tal como me enseñó Jorge Bucay con sus cuentos, a explorar, a desmenuzar esa frase para ver si así podía encontrar la forma de apoyarla.

"Ojalá yo pudiera..."

Noto que contiene dos partes: "Ojalá" y "pudiera".

"Ojalá" proviene del término árabe "nsha'Allah" que, castellanizado, parece que pasó a ser "Oh, Alá" y luego "Ojalá". Es decir, la voluntad de Dios, esto es, que dejo todos mis sueños en manos de Dios.

Ponerme en manos de Dios.

Confiar en un ser superior.

Me parece muy saludable.

Pero ¿dejar todos mis sueños en manos de él?

Me pregunto:

¿Qué parte de mi vida sería entonces mi responsabilidad si dejo todo en manos de él?

¿Soy una persona creyente y responsable?

Y si resulta que sí lo soy,

¿De qué parte de mi vida lo hago responsable a él y de qué parte me hago responsable yo?

Tal como yo lo veo, y nadie tiene que estar de acuerdo, "Ojalá" en este caso es peor que "Tratar".

Si "trato" de hacer algo y no lo logro, en realidad, nunca lo intenté. Pero, si me quedó en el ojalá, significa que ni siquiera me di el beneficio de la duda sino que de entrada, antes incluso de un intento tibio, me declare inepto e incompetente sin mayor trámite.

"Ojalá", en estos casos, es la parálisis absoluta.

"Ojalá" es la pereza, es creer que mis miedos van a desaparecer por sí
mismos.

Tal como yo lo veo, y aún no tienen que estar de acuerdo, Dios nos
dio dos dones: instintos y emociones para conectarnos con la esencia
pura de la vida; y lógica y razón para adaptarnos al medio
ambiente o adaptarlo a éste a favor nuestro.

Los primeros, como me enseñó Walter Riso con sus libros, son automáticos, inajenables e irrevocables y no los podemos cambiar.

Los segundos son producto de la evolución humana y el sentido que toman depende de la educación que recibimos del medio social en que vivimos.

Ambos están unidos por el hilo de una delicada fibra que atraviesa ambas esferas: la aceptación, un arma poderosísima que muchas veces olvidamos usar. La aceptación de mi mismo, de mi Yo y del otro, de ese Yo esencial que no soy yo.

La aceptación, una vez más se me antoja,[5] es el lazo que une la lógica y la razón con las emociones y los instintos, es la que evita que se desconecten y que nos alejemos de la esencia pura de la vida que, para mí, es el requisito sine qua non de la felicidad.

Su hermana, la resignación, no es lo mismo. Resignarme es rendirme, someterme, ser manso, paralizarme ante mis miedos. La aceptación es un acto de amor conmigo mismo, el momento supremo al que he llegado luego de conocerme y reconocerme por lo que soy, una maravillosa combinación de virtudes y defectos que me hacen único. Es la decisión firme de cuidarme, de hacerme responsable de mi bienestar, de ser considerado conmigo mismo y de respetarme.

A partir de aceptarme se en qué parte del camino estoy y que haré para alcanzar mis sueños. Se que mi baja estatura es responsabilidad de Dios,[6] pero lo que haga con ella y la forma en que la aproveche es únicamente mía. Se que mi voz de barítono me la dio Dios, pero las canciones que con gusto aprendí me las debo a mí, porque, a pesar de tener una voz que algunos tildan de preciosa, también podría simplemente no haber querido nunca cantar, o no haber aprendido algo de música ni a tocar guitarra para de esa manera hacer más gozoso el placer del canto hasta convertirlo casi en un orgasmo. Se, por último y esto lo sé muy bien, que el amor y compañía de una mujer es un regalo del cielo que tal vez me lo he ganado, pero que nada de lo que haga me garantiza que durará por siempre. Lo que haga yo con esa certeza que me da el hecho de aceptar que lo único permanente en la vida es el cambio y que el amor se transforma o acaba, esa sí es mi responsabilidad.

La otra parte de la frase es "pudiera" del verbo Poder, capacidad para ejecutar una acción o lograr un resultado.

"Pudiera", conjugada como está –en subjuntivo- contiene un deseo, una convicción y una negación.

El DESEO es el de hacer algo que hoy, ahora, en este momento, NO LO
ESTOY HACIENDO, una acción o situación que no existe porque no he movido un solo dedo para lograrlo.

La CONVICCIÓN es la de querer algo en particular, "yo quiero
abrirme", "yo quiero realizarme", "yo quiero ser feliz" o "yo quiero llegar a la verdad". Yo lo QUIERO, estoy convencido, desde el fondo de mi corazón y
mis entrañas, LO QUIERO HACER.

Y la NEGACION, que es en realidad otra convicción, es la de decirme a
mi mismo una y otra vez que NO PUEDO y que NUNCA PODRÉ hacer eso que deseo.

Y así permanezco en el horrible círculo vicioso de "NO LO ESTOY HACIENDO, QUIERO Y NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ- NO LO ESTOY HACIENDO, QUIERO Y NO PUEDO Y NUNCA PODRÉ..." y así, hasta el infinito.

Y es por eso que creo que "Ojalá", combinada con "Pudiera" puede ser una palabra muy nociva, porque implica negarse a usar esa herramienta tan poderosa que es la aceptación y vivir en el papel de víctima y mártir de nuestra propia historia a perpetuidad.

"¡Ojalá yo pudiera!" es una declaración pública de incapacidad y mediocridad.

Es así como veo las cosas.

Tal vez me equivoque y más de un psicólogo frunza el ceño y mueva la cabeza en señal de desaprobación, pero a mi me ha servido mucho –tal como me lo enseñó el gordo Bucay- desmenuzar mis frases más comunes, aquellas frases geniales que dejan a la gente sin respuesta o boquiabiertas, aquellas frases con las que en realidad lo único que hago es justificar mi pereza y mis parálisis ante mis miedos.

Me ha ayudado a descubrir mis miedos más profundos y radicales y a atravesarlos. Y ahora me siento capaz de muchas cosas, hasta de
aceptarme como una divertida combinación de virtudes y defectos e incluso de aprovechar lo que no puedo cambiar.

"NO LO ESTOY HACIENDO, QUIERO HACERLO, PUEDO HACERLO Y SIEMPRE PODRÉ".

Y es tal vez por todo esto que Piero, cuando escribió la letra de su canción de "Ojalá", eligió enemistarse con la gramática y en lugar de colocar verbos conjugados en subjuntivo después de esta palabra –tal como lo disponen las reglas- escribió en presente simple:

"Ojalá…y de la mentira necesito siempre ir a la verdad (…) y de la oscuridad a la luz (…) de la muerte a la inmortalidad"

Y es tal vez por eso mismo que Martin Luther King Jr. sí bien utilizó en su discurso el subjuntivo, sus sueños los vivió en presente, puro y simple:

"Ojalá nuestras acciones cada día sean una coherencia y una plegaria. Y que todos tengan más trabajo y libertad que no duerman más chicos en la calle que nos amemos sin prejuicios. Que no nos dividan con banderas que la juventud recobre la esperanza..."
Es increíble como una palabra tan pequeña nos puede hacer soñar hasta el infinito o privarnos de nuestros sueños.


[1] Hoy vivo en armonía y con respeto por toda orientación sexual. No es de mi incumbencia el juzgarla.

[2] Chelas = Cervezas. Modismo peruano.

[3] A todo lo cual en su caso hay que añadir que conserva la hermosura y sensualidad de sus años mozos y que tiene una piel que es tan tierna y tersa como una jovencilla de 25.

[4] ¡Que es bastante!

[5] Y digo "se me antoja" porque no soy psicólogo, ni he estudiado coaching ni ninguna ciencia, curso, cursillo, diploma, seminario, folleto o volante, que me autorice a dar una opinión ilustrada sobre todo lo que he escrito. Por eso "se me antoja" y yo, a decir verdad, suelo darme gusto con mis antojos.

[6] O, en todo caso, de mi padre y del padre de su padre y así hasta un momento de la pre-historia en que se inició mi estirpe.