sábado, 14 de febrero de 2015

El diploma


Hay algo que no entiendo sobre los diplomas. Todo el mundo quiere uno tener uno, de lo que sea. Una licenciatura, un bachillerato, un Honor al mérito, y hasta un Certificado de asistencia

¿Es verdad o no?

La culpa es de los padres que, desde que eres pequeñito, te dicen: Niño, cuándo seas grande, ¿qué quieres ser? Y ponen esa cara de idiotas que solo los padres saben poner, ¿qué quieres ser?

El niño, que no tienen ni un año, y que lo único que sabe es que a las seis es la teta, a las nueve la papilla, a las doce más teta, a la una la siestita, a las cuatro más papilla y a las seis otra vez teta y a la cama, el niño, lo mira y piensa: pero, ¿qué le pasa a este degenerado? ¿Cómo que qué es lo que quiero ser? ¡Si estoy siendo! Estoy siendo el que chupa la teta, come la papilla, hace siesta y duerme. ¡Es que hay algo más en esta vida!


—Jejeje, ríe el padre y dice: no, hijito seguro que va a ser Ingeniero, como su padre, o abogado como su tío, o Médico como su abuelo.

—¿Y si no les gusta ninguna de esas? Dice la mamá.

—Bueno, ya, acepta resignado el padre, pero nada menos que arquitecto.

Así, desde que el niño tiene un año, ya sabe que tiene que elegir entre una de esas cuatro carreras. Las únicas que te dan el estatus social que tus padres necesitan para sentirse orgullosos de su hijo.
Para que luego, cuando te hagas grande y se te ocurra hacerte político, los alcaldes de los pueblos que visitas en tus campañas puedan saber cómo llamarte en sus discursos:

—"Tengo el inmenso honor de anunciar al honorable y meritorio compañero, camarada, amigo, el... el... disculpe usted ilustre visitante, ¿cómo lo debo llamar? ¿Doctor o Ingeniero?"

—"Arquitecto, por favor."

—"Ejem, este, como venía diciendo... al honorable y meritorio compañero, camarada, amigo, el... el... Ingeniero Carranza del Pino.

Y es que los padres solo quieren evitar que suframos cuando seamos grandes, Y por eso te seguirá preguntando lo mismo el resto de su vida, pero cada vez con mayores expectativas.

Porque no es lo mismo que un niño de tres años, lleno de candor y de inocencia, que cuando va al baño dice "mama, quiero hacer pipí", "ay que lindo, dice la vieja, quiere pipí", "ah y también popó"

O sea, no es lo mismo que un niño así te diga "quiero ser bombero, papito",  a que un adolescente de quince años, con la cara llena de barros, el pelo largo, pantalones bajo las nalgas y la mano llena de pelos y de callos, te diga: "quiero ser bombero, pe"

En el primer caso, el padre responde: "ay que lindo mi bebé, quiere ser bombero"

En el segundo: 

—"¿Pero qué hecho de malo para tener un hijo como tú? ¡Pa' bomberos los cojudos! Decía mi abuelo y tenía razón, ¿es qué crees que vas a vivir con la miseria que te dan esa vaina? ¿Es que crees que la plata llega sola? Debí haberlo sospechado...

—Pero, apa, tu siempre dijiste que te gustaba , que era lindo..

—Mentía, entiendes, mentía!

Y, voilá, allí tenemos un adolescente con serios problemas de identidad y autoestima.

Y yo digo, ¿cuál es el problema? Ser bombero es una profesión respetable, solidaria, decorosa, compasiva y humanitaria. Y, lo mejor de todo, te dan un diploma después de tu primer acto heróico.

—Apa, ¿tú quieres que traiga diploma?

—Sí

—Ya pe', le dice el chico, ta bien pe, el Co'andante m'a dicho que me va dar un Certificado de asistencia... 

—¡Pero eso no es un diploma! Eso es un cartón inservible. Lo que yo digo es un diploma profesional!

—Ah...

Y así, queridos amigos, así es como desde chiquititos nos traumatizan con esta vaina de los diplomas.

Les cuento esto porque hace poco decidí meterme en un curso a distancia en la Escuela de Escritores de Madrid, para aprender técnicas para escribir cuentos y relatos. Todo en línea. ¿Oyeron bien? En línea.

¿Cómo funciona? 

Leemos uno montón de páginas de grandes obras y teoría y, al cabo de quince días, tenemos que presentar un cuento. La verdad es que me gusta mucho. Y si bien yo sé que es muy tarde para convertirme en un escritor laureado, sí debo confesar que abrigo el secreto deseo de publicar y ganar algún pequeño concurso, el Cuento de las 1000 palabras de Caretas o, ya sin ser tan ambicioso, el Nobel de Literatura, por ejemplo,

Pero el caso es que un día decide contar esto a varios amigos, unos amigos, que fueron educados con frases como "Diploma o muerte, venceremos", y cuyos padres les preguntaron desde la cuna que qué querían ser cuando fuesen grandes. De allí, de esos interrogatorios, salieron varios bomberos, astronautas, payasos de circo y súper héroes. Pero ninguno con diploma.

El caso es que, cuando se los conté (a unos personalmente y a otros por Facebook) me comenzaron a preguntar, casi todos,

—"Ay qué lindo, Julio, qué bonito que sigas tus sueños".

Hasta allí todo bien. Pero paso a la siguiente línea y leo:

—"¿Y te van a dar DIPLOMA y todo?"

Pero, carajo, ¿para qué quiero un diploma?

Se imaginan mi diploma:

"La Escuela de Escritores de Madrid otorga al Sr. Julio Alvarez el presente DIPLOMA que lo reconoce y acredita como Premio Príncipe de Asturias de Literatura y candidato eterno al Nobel, codo a codo con Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa" Fírmese, Regístrese y Archívese."

O mejor aún, imagínense a los miembros del Jurado del Premio Nobel discutiendo mi candidatura junto con las de Haruki Murakami, Patrick Modiano y Alice Monro?

—"Este peruano escribe pésimo, señores miembros del Jurado, 

—Si, es un espanto,

—Lo peor que he visto en mi vida.

—Pero, joder, ¡tiene un DIPLOMA!"

Me han convencido. ¡Quiero mi diploma!