viernes, 21 de mayo de 2010

Lo que creo de mi Dios... y el tuyo



Si en algo se parecen algunos de mis amigos católicos del Perú con mis amigos bautistas y evangélicos de los Estados Unidos, es que para ambos yo soy ateo. Ni siquiera agnóstico, que es la mayoría de veces la versión políticamente correcta del primero, sino ateo.

Pero, no, lamento mucho decepcionarlos. No soy ateo, sino que creo en Dios tanto como ustedes y la única diferencia entre ustedes amigos católicos, bautistas y evangélicos y yo, tal vez sea que para mí, ese Dios en el que creo, que es el mismo Dios en el que cree mi padre, es un Dios tolerante, que no me alienta a poner etiquetas ni me exige creer a ciegas en que él es el único y que fuera de él no hay salvación. De hecho, me alienta a respetar a los Dioses de los demás, aun a sabiendas de que son diferentes, y me alienta a alentar a los creyentes de otras religiones y a beber de ellas, porque sabe cuántos crímenes se ha cometido en la historia haciendo uso de su nombre.

La tolerancia, señala el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias,” por lo que la Intolerancia, según el mismo diccionario, es la “falta de tolerancia, especialmente religiosa.”

Uno de los más grandes logros de la democracia contemporánea ha sido separar a la religión de la política, dejando la primera en el ámbito estrictamente personal y la segunda en el público.

El derecho a la libre expresión y a una prensa libre, que varios de mis apreciados amigos periodistas encarnan, es hijo legítimo y producto de esta separación. La paz es la hija.

Lo reprochable de dictadores como Polpot, Stalin, Castro y muchos otros de izquierda no es el hecho de ser ateos sino el tipo de régimen político que encarnaron y encarnan, del mismo modo que lo reprochable de dictadores como Somoza, Pinochet, Stroessner, Videla, etc. no es que hayan sido católicos sino que fueron dictadores.

La historia del mundo está llena de seres humanos ateos o que profesaron religiones no cristianas y son hoy modelos de santidad, compasión, espiritualidad y bondad, como Gandhi. Y también está llena de hombres religiosos que jamás faltaron a misa los domingos y caminaban con la biblia en la mano invocando el nombre de Dios a su antojo para justificar sus actos, a la vez que encarnaban terribles dictaduras que invadían, asesinaban, torturaban, etc.

La colonización misma de las Américas, que facilitó la cristianización de este lado del mundo, fueron sucesivos actos de rapiña, exterminio, servidumbre, esclavismo y explotación humana donde el control militar de la espada y el mosquete iba mano a mano con la evangelización como herramienta de control de la mente.

Preguntémonos ¿por qué el Sur de los EEUU, habiendo sido la región más esclavista y racista, ha sido desde siempre la más cristiana? ¿Cómo conciliaban los bautistas sureños de los siglos 17, 18 y 19, su fe en Cristo con el hecho de tener esclavos?

Y aún hoy,

¿Cómo concilian ciertos políticos estadounidenses sus discursos intolerancia contra los inmigrantes con ir al mass service cada domingo e invocar el nombre de Diós, “God saves USA”?

¿Cómo concilian ciertos políticos latinoamericanos sus demostraciones públicas de religiosidad con sus actos corruptos?

¿Cómo podría conciliar yo mi posición contra la intolerancia de las políticas anti-migrantes si al mismo tiempo coloco una etiqueta en la frente de cada persona que no cree en el mismo Dios que creo yo?

¿No me convertiría acaso en un intolerante más?

Cada vez que cuestionamos a un gobernante, político o líder social por ser ateo o por no creer en el Dios que nosotros creemos, estamos mezclando política con religión y no somos diferentes de los fanáticos religiosos de otras religiones a quienes criticamos.

Tal vez la única diferencia entre ellos y nosotros es la intensidad y la lejanía del lugar hasta donde llevamos nuestra propia intolerancia. Pero, la intolerancia es lo que es, grande o pequeña.

Creo en el Dios cristiano, como Gandhi creía en sus dioses hindúes y cómo los budistas creen en el Nirvana y los taoístas en el Tao. Me regocijo y aprendo de ellos y de su fe, todo aquello que no tiene la mía, con lo cual ejercito la humildad, poderosa virtud cristiana que es lo opuesto de la arrogancia, que es el creerse el dueño de la Verdad.

Pero no me atrevo a pretender que mi Dios sea el único Dios verdadero y que todos los demás son falsos, de la misma forma como Mahatma Gandhi (Alma Grande) jamás lo pretendió y de la misma manera como Jesús respondió que había que darle a Dios lo que es de Diós y al César lo que es del César, adelantándose 18 siglos a las revoluciones liberales y democráticas que consagraron la separación de la religión (lo que es de Dios) de la política (lo que es del César).

Aquellos que llamo “mis amigos”, lo son no porque crean en el mismo Dios que creo yo, sino porque me aceptan como soy, van por la vida conectados con sus emociones y actúan más por amor que por miedo.

La religión verdadera no existe porque la religión es un sistema de creencias y las creencias son infinitamente diversas. Aunque, si acaso sí existe, es –como lo dijo el Dalai Lama- aquella que me aproxima más a Dios, al infinito, aquella que me hace mejor, aquella que me hace más compasivo, más sensible, más desapegado, más amoroso, más humanitario, más responsable, más ético.... la religión que consiga hacer eso de mi es la mejor religión… cristianismo, hinduismo, budismo, islamismo, da igual, son la bondad de mis sentimientos y mis actos lo que cuenta, no mis creencias.

Mis amigos cristianos bautistas y evangélicos me dirán “yo tampoco creo en la religión sino que tengo una relación personal con Dios”, pero yo sé que eso es sólo un juego de palabras. Todos tenemos una relación personal con Dios, buena o mala, la tenemos, y siempre es personal porque depende sólo de cada uno de nosotros y somos los únicos y exclusivos responsables de lo que ocurra en ella y de sus consecuencias.

Pero, si te digo que no creo en las religiones y acto seguido te digo, expresa o tácitamente, que mi Dios es el único verdadero, ¿no es esto una creencia? ¿no es esto intolerancia?

Y mucho peor si juzgo a alguien como bueno o malo en base a eso y le pongo la etiqueta de ateo sólo porque no cree en lo que creo yo.

Las creencias no son actividades del corazón sino de la mente y como bien lo dijo Fedor Dostoievski en los Hnos. Karamazov, siempre será mucho más fácil encontrar a Dios en el corazón humano que en la mente humana.

Creo en mi Dios. Amo a mi Dios. De la misma forma que tú amas al tuyo, querido amigo. ¡

Y debe ser un Dios maravilloso el tuyo! ¡Mira la amistad tan hermosa con que me honras en nombre de él!