jueves, 27 de diciembre de 2007

Educación cínica: imagina que hay una guerra y no vamos nadie

Como esta última navidad no pude ir a visitar a mi familia en el Perú y teníamos un fin de semana largo, me dediqué –entre eventos de caridad y reuniones de intercambio de regalos- a ver varios programas de History Channel, sin mucho interés hasta que uno de ellos llamó mucho mi atención: The Christmas Truce o La Tregua de navidad.

Lo que ocurrió fue que, durante el primer año de la 1era Guerra Mundial, se produjo un breve alto el fuego no oficial entre las tropas del Imperio Alemán y las tropas británicas estacionadas en el frente occidental en diciembre de 1914. La tregua comenzó en la víspera de la Navidad, el 24 de diciembre, cuando las tropas alemanas comenzaron a decorar sus trincheras, luego continuaron con su celebración cantando villancicos, específicamente Stille Nacht (Noche de paz) y, espontáneamente, las tropas británicas en las trincheras al otro lado respondieron entonces con villancicos en inglés. Se creó así una "zona de no agresión" o "tierra de nadie" donde soldados de ambos bandos se visitaban e intercambiaban regalos (whisky, cigarrillos). La artillería cesó, los caídos recientes eran recuperados desde detrás de las líneas y enterrados, mientras soldados de ambos países lloraban unos a lado de los otros las pérdidas y se ofrecían su respeto y hasta leían juntos fragmentos de la Biblia.

Les juró que lagrimié. Solo allí en mi casa, lagrimié y me acordé de esa frasecilla: "Imagina que hay una guerra y no vamos nadie", recuerdo que de inmediato me llevó a otro: mi libro de "Educación Cívica" de la escuela primaria.

Mi libro tenía en la portada un soldado con una bandera en la mano y un fúsil en la otra, subiendo triunfador una trinchera, mientras que uno de sus capítulos más importantes era referido al servicio militar obligatorio. Yo le preguntaba a mi padre si cuando cumpliese 18 años me iban a mandar a la guerra y no recuerdo cuáles fueron las respuestas que me dio, pero sí que jamás me pude quedar tranquilo. Tenía tal vez 8 ó 9 años y era un chiquillo peleón y hasta me gustaba jugar a la guerrita, pero mi simple mente infantil sabía distinguir muy bien que esto era un juego en el que se moría o se mataba sólo por un ratito y donde siempre terminabas abrazando al enemigo, mientras que lo otro era el vacío, la nada, el no retorno.

Lo que no podía entender era que hacía ese soldado allí. Si de acuerdo al profe, el civismo se basaba en el respeto por los demás y se consideraban anti-cívicas las conductas que causaban una atmósfera de conflictos y tensión mayor, entonces, alguien había cometido un error muy serio al mecanografiar una "v" en lugar de una "n", lo cual era fácil que ocurriese porque ambas letras se encuentran muy cerca la una de la otra en el teclado en este orden de izquierda a derecha "z x c v b n m , . -" Y así, terminé por llamar a mi pequeño libro de texto como el de... "Educación Cínica".

Ahora que soy adulto, sé que la guerra es uno de los negocios más lucrativos que existen, en donde los pobres ponen los muertos y las ganancias las cobran los ricos. Los banqueros lucran y los pobres pagan las cuentas. Y sé también que esa fue una de las razones por las que La Tregua de Navidad duró poco tiempo y sólo se repitió tímidamente en esa misma guerra y nunca más. Los comandantes de ambos bandos juraron que una tregua así nunca volvería a permitirse y en los años siguientes se ocuparon de ordenar bombardeos de artillería en la víspera de navidad para asegurarse de que no hubiese más reblandecimientos. Las tropas eran rotadas por varios sectores del frente para evitar que se familiarizaran demasiado con el enemigo.

No sé dónde estará mi libro, tal vez ya no exista, pero si lo tuviera aquí conmigo, cambiaría la foto del soldado que tenía en la portada por la que aparece arriba y añadiría un capítulo titulado "Imagina que hay una guerra y no vamos nadie". Y entonces sí que diría que yo tuve alguna vez un libro que era de "Educación Cívica."

viernes, 7 de diciembre de 2007

La Maja "piiiii" comía poquito

Esta mañana descubrí que Google había deshabilitado mi cuenta de GMail y con ella, mi página web, con lo que perdí acceso a mi libreta de direcciones, a mis blogs y a absolutamente todo mi material y herramientas online. ¿El motivo? Si bien no estoy 100% seguro. creo que fue la foto del mundialmente famoso óleo "La Maja Desnuda" del maestro pintor Francisco de Goya. Otros motivos que pueden ocasionar la deshabillitación de la cuenta eran: apología al terrorismo o violencia, piratería de derechos de autor y otros delitos que tampoco estoy habituado a cometer.

Yo subí la foto de la Maja Desnuda (a la que llamaremos Maja "piiiii" para evitar una nueva deshabilitación) a la sección de ensayos políticos de mi página. Yo había llamado a esta sección La Maja "piiiii" en alusión a la siguiente cita: " La dictadura se presenta acorazada porque ha de vencer. La democracia se presenta desnuda (o tambièn pueden decir "piiii") porque ha de convencer" de Antonio Gala. De donde se deduce claramente que La Maja es la Democracia (al menos para alguien con un IQ no muy devaluado) y no una de las visitadoras del Capitán Pantoja ni mucho menos una de las caseritas de la Nené o el Botecito. Pero, para algún genio de Google, el óleo de marras era pornografía.

Hice mi reclamo, enviando pruebas de la existencia de esta obra de arte del siglo 19 y de don Francisco de Goya y varias horas después, casi al terminar la jornada laboral, me rehabilitaron la cuenta pidiendo excusas y argumentando que habían estado filtrando una red enorme de spammers y que habían barrido con mi página en el intento ("We've been targeting a large network of spammers to keep them out of our system, and in the process we accidentally disabled access to some other accounts, including yours") y claro, adivinaron, como el servicio es gratis, yo tenía que creermelo.

La próxima vez que yo o ustedes cuelguen una imagen de la Maja "piiii", tendrá que ser la que ven en la foto que aparece al inicio de esta entrada, que como ven es políticamente correcta, sólo muestra una porción de piel de la sensual sardina que lleva adentro y seguro tiene hasta código de barras.

Un par de horas más tarde paseaba mi osamenta en una galería de arte, decoración y muebles finos. Mientras corrían unas subastas silenciosas y yo presumía con mi chequera en el bolsillo trasero del pantalón (que por descuido había olvidado dejar en casa), servían un buen vino francés y unas tapas delicatessen en donde el ingrediente principal era calamar, salmón y camarones, los que, claro, luego de ser consumidos por los elegantísimos comensales y las guapísimas mujeres, les dejaba un aliento a tiburón peor que tufo mañanero, capaz de derribar las murallas de Jericó con sólo soplar flautitas. De entre todas las tapitas (de botellitas de jerez por lo chiquitas) se salvaba una que era de salame y hacia ella fui. Pero el salame jamás podrá contra el calamar, salmón y camarón unidos. Así que, media hora después, di rienda suelta a mi apetito engullendo cuanto bicho marino me ponían al frente y entonces ya pude conversar de arte, literatura, tonterías, pavadas, viajes y otras cosas sin temor alguno. Total, entre tiburones muy pocas veces nos cogemos a dentelladas.