martes, 6 de octubre de 2009

Botella al mar


Una botella al mar puede ser una palabra o un libro completo, un gesto o una canción, una caricia de amor o una revolución, pero en esencia es una gota de agua que echamos al océano con la esperanza de que no se seque, la gota y el océano, con la ilusión de que llegue a una orilla cualquiera y cure las heridas de la tierra, lave los pies de quien camina descalzo, o se evapore y transforme en ese milagro que llamamos lluvia.

Una botella al mar es, por ejemplo, el concierto de Juanes en la Habana y otra más es Miguel Bosé en ese mismo concierto, diciendo “La Guerra es una mierda. Los conflictos son una mierda.” ¿Alguien lo duda? Estoy seguro de que no, pero, si nadie lo duda, ¿entonces, qué hemos hecho en el pequeño mundo de nuestro entorno para que esa mierda a la que se refiere Bosé no sea una realidad que nos abofetea todos los días?
No hablo de ir a poner el pecho en el frente de, por ejemplo, el conflicto en Afganistán y terminar atrapado en medio del fuego cruzado. No. Hablo del algo más silencioso y pequeño, pero gigante en sus efectos, hablo del milagro del perdón simple y cotidiano. Pero no hablo de un milagro sobrenatural que estoy seguro Dios los hace muy pero muy pocas veces porque simplemente no los aprueba. Y lo siento mucho por los mercachifles de la fe, pero de veras creo que el único milagro posible es el del perdón.

Y de eso precisamente hablaba en estos días con tres personas a quienes quiero muchísimo y que dicen de sí mismas ser “muy amorosas” pero que viven atrayendo personas intolerantes incapaces de perdonar a sus vidas. Para ellas, la lógica de la frase “Atraemos lo que somos y no lo que queremos” no tenía sentido por eso mismo, porque la realidad les demostraba que “soy muy amorosa”, pero ese “amor” no les servía en absoluto para perdonar a un compañero de trabajo que le respondió con rudeza o indiferencia o al hombre o la mujer que les dejo hace algunos años.“Ya se – le dije a una de ellas- vas a llamarle y desearle que sea muy feliz con su nueva pareja” - y ella, boquiabierta y casi gritando, me respondió: “¿Cómo le voy a desear felicidad a alguien que me ha hecho tanto daño y se ha burlado de mi?”.

“¿Y qué paso? –le pregunté- ¿dónde está todo ese amor del que tanto hablas?”

Su respuesta fue un silencio total y luego un breve pero honesto: “Lo siento yo no he llegado a ese nivel de amor aún.”

Exactamente así y con mucha más claridad y gravedad, funcionamos los pueblos. Si alguna vez fuimos agredidos, vivimos atados por el resto de nuestras vidas a la cicatriz que esa herida dejó y a menudo la frotamos con una lija hasta irritarla. Y así, la cicatriz se convierte en lo único que nos identifica y lo llamamos orgullo nacional. Lo cierto es que, cuando no me regalo el milagro del perdón, dejo de ser el hombre o la mujer capaz de dar amor para convertirme en una masa amorfa de cicatrices y callos que al más leve contacto, incluso el de las caricias de aquellos que me aman, me hace gritar de dolor. Froto una y otra vez mis cicatrices impidiendo que nazca una nueva piel. ¿Cómo puedo volver a disfrutar del sol si cada día que pasa refresco mis heridas? ¿Cómo puedo sentir la suavidad de la yema de los dedos de mi mujer si soy una llaga?

Y esto es algo que nadie parece haber entendido, que el concierto de Juanes, Miguel Bosé, Olga Tañón, Silvio Rodríguez y otros en la Plaza de la Revolución de La Habana frente a un millón de personas es un acto de amor que busca curar las heridas, sin importar de qué bando sean. Pero el concierto no va a producir uno de esos milagros sobrenaturales sino uno más modesto, menos cinemático pero más hermoso y duradero. La medicina que usaron: la música, el lenguaje universal, un acto de amor, incondicional y puro, del cual puedes apropiarte en el Ahora pero no poseer, que no condiciona, no previene, no predice, no amenaza.

Lo que ocurrirá nadie lo sabe, pero la botella al mar ya fue echada. La música, una de las medicinas más milagrosas del espíritu, nace del pueblo y va hacia él. La gota de agua, para que no se seque, debe siempre volver al mar.