jueves, 26 de agosto de 2010

¿Sabes silbar?


(Foto tomada del Blog "La vida es silbar")
"¿Sabes Silbar?" es una historia que combina lo humorístico y lo cálidamente humano (…) La obra se desarrolla con Alex y Leo, dos amigos decididos a adoptar un abuelo, por lo que se dirigen a un asilo para compartir y disipar sus dudas. ¿Sabes Silbar? no sólo muestra la importancia de las cosas "comunes" de la vida, sino que hace una reflexión acerca de un asunto de vital importancia para todo niño de cualquier parte del mundo: el saber silbar con la boca, con la lengua, con los dientes y con el corazón. De esa forma, se plantea la importancia de construir enlaces, puentes entre generaciones y ofrecer una perspectiva interesante para la vida diaria de algunos niños y niñas, como saber silbar y tener un abuelo, que si no se tiene se puede elegir." (Fuente: Artículo "¿Sabes silbar?")
Debido a una situación que me ocurrió hace muy pocos días aquí en Buenos Aires, leí este artículo y muchos otros, todos sobre el arte de silbar.
Leí, por ejemplo, que en la Isla Gomera de Canarias existe una suerte de lenguaje hecho de silbidos.
Se llama Silbido Gomero y permite comunicar cualquier idea que se le ocurra al hablante, con los mismos detalles y precisión que un lenguaje hablado. Pueden decir, por ejemplo, "Fulano está enfermo" o "Vente a comer y de paso trae agua por favor".
Recordé que cuando tenía 12 años llegué a vivir al barrio de Los Pinos en Chimbote, mi pueblo natal, y lo primero que llamó mi atención fue que los muchachos se comunicaban entre sí utilizando silbidos. Algunos de dichos silbidos decían "hey, estoy aquí, abre la puerta" o "estoy en la otra esquina" o "quién eres" y otros "soy fulano". Éramos capaces de reconocer las características particulares de cada uno de nosotros cuando lo único que podíamos ver eran siluetas y entonces sólo escuchando el silbido podíamos decir "ese es Pepe".
La nota de humor la daba mi buen amigo Armando Vera, quien además de ser negado para los deportes también lo era para los silbidos. Pero como Armando tenía una personalidad arrolladora, especialmente con las mujeres y en los negocios, él se las arreglaba imitando los silbidos con la voz… lo que nos hacía carcajear…!
El tema es que yo crecí entre silbidos y por eso, hace tres tardes, mientras paseaba por el barrio San Telmo de Buenos Aires, venía silbando suavemente el tango Por una cabeza de Alfredo Le Pera, pues con el tiempo, he aprendido no sólo el lenguaje silbado del barrio sino también a silbar melodías complejas de principio a fin, como Pájaro Choguí, algunos fragmentos de Carmen de Bizet y muchas otras melodías. Silbar para mí se ha convertido entonces en una manera de rendirle homenaje a una canción y también una forma de expresar la alegría de mi alma, mi Ser más auténtico e impoluto.
Y es por todo esto que no entiendo cómo hay sociedades o personas que pueden considerar al Silbido melódico una falta de educación, y lo que es mucho peor, cómo se puede juzgar de esa manera tan superficialmente una expresión de alegría tan pura, hermosa e inofensiva.
Por tres días me pregunté si era verdad que en Argentina silbar en público era mala educación. Y lo peor es que yo no sólo suelo silbar cuando camino por las calles sino que ¡hasta canto! en voz bajita pero canto! y de hecho, muchas veces he logrado desentrañar los secretos de ciertas inflexiones vocales mientras caminaba por las calles de Lima, Madrid y ahora Buenos Aires donde por fin he logrado hacer ciertas frases de la canción Lucía de Serrat tal como me gusta.
Así que pedí varias opiniones de amigos argentinos. Todos me dijeron lo mismo, que No, que el silbido melódico no lo era. Que llamar a una persona silbando si era rudo pero el silbido melódico no. Mi buen amigo Mario fuer especialmente enfático y subrayó con esa dulzura típica de los porteños que "si a alguien le molesta, che, ¡decile que no te hinche las pelotas!"... que es la versin airada del verso de Silvio Rodríguez que dice: "¿Te molesta mi amor?"
Pero, aún así no me convencían... hasta hoy por la tarde cuando escuché que Ruth, una alemana con quien compartía el tour en bicicleta por La Boca, venía silbando Mi Buenos Aires querido. Emocionado, sonreí de inmediato, sin palabras, como si estuviese en la esquina de mi barrio, le respondí con "Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos vieron pasar.."
Era una señal del Universo, pero no sería la única... pues tres horas después, mientras volvía a casa en tren, se sentó a mi lado un hombre de más o menos 55 años que utilizaba unos pequeños audífonos y supe que la melodía que escuchaba era una de las más hermosas canciones de Los Beatles: "Let it be" (Déjalo ser) porque él la venía silbando suavemente con los ojos cerrados...
Esta fue la segunda señal. Sonreí y di gracias a Dios y al Universo por permitirme ver la verdad en esos momentos mágicos y hacerme saber que debo seguir silbando... con la boca, con la lengua, con los dientes y con el corazón.