jueves, 15 de diciembre de 2016

Piedra, papel o tijera... ¡Diosito!





Esta mañana, leí la entrevista que hizo el 14 de diciembre la periodista Milagros Leiva a la congresista Rosa Bartra. En ella, Leiva le cuestiona la compra de 9 mil soles en turrones con dinero del Congreso (es decir, de los contribuyentes). Bartra respondió que lo hicieron porque la mayoría de los trabajadores del Congreso son devotos del Señor de Los Milagros.

Y les quiero contar esta historia:

Cuando era niño me encantaba jugar "Piedra, papel o tijera". Con este juego dirimíamos en la cancha de mi barrio quien haría algo primero y resolvíamos las diferencias que surgían en, por ejemplo, un partido de fútbol. ¿Quién tocaría el balón primero? Piedra, papel o tijera. ¿En qué lado del campo jugaría mi equipo el primer tiempo? Piedra, papel o tijera. Y así, sin pelearnos.


El juego era simple: el papel envuelve a la piedra, la tijera corta al papel y la piedra rompe la tijera. Y solo podías elegir uno y en menos de un segundo. Fueron nuestras primeras lecciones de toma de decisiones y solución pacífica de controversias. Era la regla y todos la respetábamos.

Con el tiempo alguien pensó que por qué no podía utilizar una aguja. Y entonces, "¡Aguja!", dijo, "la aguja también hace hueco al papel!". Luego otro, que no quedó contento con este cambio de reglas a última hora, sacó de su manga el ¡Hueco!. "El hueco gana –dijo- la piedra, el papel y la tijera caen en el hueco. De allí a la aparición de los elementos más extraños no hubo mucho trecho: tractor, bomba atómica, lanzallamas... y el juego dejo de ser un juego y se convirtió en una lucha de gritos, empujones y una competencia en donde ganaba el que era más fuerte o el más ladino. El sistema de solución de controversias entró en caos. Pero solo hasta que alguien, mostrando el dedo pulgar derecho hacia arriba, resolvió la controversia diciendo: "¡Diosito! Les gano a todos, ¡Diosito!"

Nadie se lo esperaba. Había dicho "Diosito" y ¿quién o qué podía tener más poder que Diosito?

Al principio nos reímos mucho. Hasta que dejó de ser divertido. A partir de ese momento, cada vez que debíamos decidir algo con este juego, todos mostrábamos el dedo pulgar hacia arriba y gritábamos "¡Diosito!". Lo demás se lo pueden imaginar. Cada uno tenía su "Diosito" y, al final, solo contaba la ley del más fuerte o del que tenía más amigos. Lo que era un juego se transformó en una exhibición de atropellos.

El juego dejó de ser divertido y esa fue mi primera experiencia de un conflicto "religioso". Empecé a ser consciente de cómo la religión (o un pensamiento único; la religión lo es) puede ser utilizada para justificar abusos.

Algo así ocurrió en la entrevista que le hicieron en RPP  a la congresista Rosa Bartra, donde Milagros Leiva le cuestionó la compra de 9 mil soles en turrones con dinero del Estado. El argumento de Bartra, que pretendió desacreditar los fundamentos legales del cuestionamiento fue escandalosamente religioso: lo hicimos, dijo, porque la mayoría de los trabajadores del Congreso son devotos del Señor de Los Milagros y los turrones se repartieron entre los fieles el día de la celebración.

¿Que hay normas que prohíben este tipo de adquisiciones? Nada. Diosito.

¿Qué eso constituye una falta? Nada. Diosito.

¿Que es dinero de los contribuyentes y no debe ser usado para consumos personales? Diosito.

¿Que la Constitución dice que el Estado peruano no tiene religión oficial? Diosito.

Nunca más volvimos a jugar papel, piedra y tijera en la cancha de mi barrio. 



Echar una moneda al aire era más práctico. Cara o sello. La ley del azar no admitía argumentos religiosos. 

Suena materialista, agnóstico, ateo. Lo se. Pero se acabaron los atropellos.

martes, 13 de diciembre de 2016

Carta a Viktor Emil Frankl



Ginebra, 13 de diciembre de 2016

Querido Viktor:

El año que usted nació, 1905, mi padre aún no había llegado al mundo. Y el que falleció, 1997, yo era todavía un adulto que, de alguna manera, tampoco terminaba de llegar al mundo. Por esa época, yo vivía en la India y, sin saberlo, había empezado un viaje que me llevaría mucho más lejos que las cumbres más altas de los Himalayas, una travesía que deseaba hacer pero que no sabía cómo ni con quien.
Empecé entonces una búsqueda intensa que me llevó a otros países en donde conocí maestros y tuve compañeros de viaje que ocasionalmente también actuaron como maestros. Entre ellos estuvieron filósofos y terapeutas, E. Fromm, con quien, estoy seguro, alguna vez habló, J. Bucay y E. Tolle. También el hijo de 7 años de mi amiga Dawlish que, cada vez que les visitaba, me recibía con esta pregunta: "¿A qué jugamos?".
En otra ocasión, mientras curioseaba en una librería para enterarme de las novedades bibliográficas, me encontré con tu "El Hombre en busca de sentido". No tengo palabras para expresar las emociones que atravesaron mi cuerpo de un lado a otro lado.

Algunos pasajes me llenaron de tristeza y otros de asombro y de alegría. Y si he de quedarme con un pasaje, sería con este: "El modo como un hombre acepta su destino y todos los sufrimientos que comporta, el modo como acepta su cruz le da la oportunidad, incluso en las circunstancias más difíciles, de proporcionarle un profundo significado a su vida". 
Pero el libro todo, querido Viktor, me colmó de esperanza. Me cambió la vida.
Aprendí que hay tres posibilidades "de encontrarle sentido a la vida hasta el último instante, hasta el último suspiro: (...) una acción que realicemos; una obra que creemos; o una vivencia, un encuentro y el amor." Pero también cuando nos enfrentamos al destino inevitable y damos testimonio de la capacidad humana para transformar el sufrimiento en logro humano.
Ayer, mientras intentaba pasar el tiempo de la manera más provechosa en un café de Ginebra, empecé a leer sus Memorias. 
En ellas encontré una frase y una anécdota que me tocaron muy hondo. La frase fue una cita de John Ruskin y dice así: "Hablando sobre el poder, estoy de acuerdo con John Ruskin, que dijo en una ocasión 'Solo existe un poder: el poder de salvar; y solo existe un honor: el honor de salvar'". Viniendo de usted, médico y sobreviviente de la barbarie nazi, ¡tiene tanto sentido!

La anécdota, por su parte, requiere un poco más reflexión. ¿Por qué? Porque viví algo muy parecido. En su caso, fue un sacerdote que en la homilía dijo: "Justo aquí detrás, en la Mariannengasse, vive un tal Viktor Frankl, que ha escrito un libro, Del psicoanálisis al existencialismo, y se trata de un libro ciertamente impío". El pobre cura no sabía que el tal Viktor Frankl estaba allí, entre los feligreses. Y usted, con la mayor delicadeza posible, lo saludó y se presentó.
En mi caso, corría el año 2005 y yo me encontraba dictando unas charlas sobre reforma del Estado para un grupo de militares con rango de capitán a mayor. Yo estaba muy feliz y entusiasmado. Había preparado mi presentación con mucho ahínco y había incluido entre las pocas lecturas, un artículo firmado por mí y publicado semanas antes. Se trataba de un resumen del capítulo 3 de la tesis de investigación que había sustentado para obtener el grado de Magister en Ciencia Política en la Universidad Católica del Perú, y hablaba sobre las reformas hechas en mi país por un autócrata que tuvimos desde 1990 hasta el año 2001 y que ahora está en prisión por corrupción y violación de derechos humanos.
En cuanto pregunté a los oficiales si habían tenido tiempo para leer alguna de las lecturas, uno de los oyentes levantó la voz y comenzó a hablar (de mi artículo): "Aquí hay un artículo de un tal Julio Álvarez Sabogal que habla sobre la reforma. Este autor es un payaso". Pasando por alto el lenguaje utilizado, no adecuado para el contexto (académico) ni para condición de oficial del ejército, le hice unas preguntas entonces para saber si había leído concienzudamente el artículo. Y, al darme cuenta de que no lo había hecho, le pregunté si sabía quién era el autor. Respondió que no. Y entonces me presenté. El oficial quedó mudo. "Fue un piscinazo" dijeron después sus colegas. Y yo, al igual que usted, me llené de preguntas: ¿Qué era lo que había ocurrido en las vidas de los protagonistas de ese minuto para que nos (des) encontráramos allí y de esa manera? ¿Cuán pequeña era la probabilidad de que su profesor fuese ese payaso al que se refería groseramente? ¿Llegaría a tener mucho poder ese oficial? ¿Se convertiría alguna vez en General?
Al final, de la misma manera que lo hizo usted, renuncié a una explicación a esa casualidad. Y siendo como soy, ya ni del nombre ni del rostro del oficial me acuerdo. Qué más da si, de todos modos, como dices: "Somos demasiado tontos para explicarlas y demasiado listos para negarlas".
La vida, dijo un poeta, es el arte del encuentro y cada encuentro (o desencuentro) tiene una razón, un para qué, un sentido que es la respuesta que le damos a ese hecho que no pudimos evitar y que no podemos borrar. A eso llamaba usted "amor al destino".
Gracias, Viktor, por todo lo que me ha enseñado. Y reciba un cariñoso abrazo. Aquí siempre le recordamos,

Julio.

domingo, 4 de diciembre de 2016

El pequeño mono que sintió hambre y tomó una fruta (o la historia de la comunicación)



Historia mundial de la Comunicación, de José María Perceval (2015), es un libro de divulgación y cuenta la historia de un mono pequeño, lento, débil, sin garras ni colmillos, que sintió hambre.

Todo empezó en una de las sabanas del África dominada por grandes mamíferos depredadores. En ella, un mono hambriento e insignificante se irguió sobre sus patas y extendió la mano para coger una fruta. La fruta era dulce y sabrosa y el mono, encantado, volvió una y otra vez al árbol y hasta aprendió a coger otras frutas.

Con el tiempo, el mono aprendió a distinguir los colores de las frutas. 

La mano que recogía la fruta liberó la boca y el mono, cuya única fortaleza era el trabajo en grupo, desarrolló el lenguaje y con él, la cooperación y el intercambio.

El mono domesticó el fuego y emigró a lugares más fríos. Y los descendientes del pequeño mono se dispersaron por todo el planeta.

Con el lenguaje apareció el pensamiento simbólico: el mono desarrolló la técnica para contar objetos y el arte de contar historias, alrededor del fuego. Un poco después apareció el saber y la educación, de la mano de las abuelas. El cuento se transformó en mito y las cuentas en matemáticas. 

La información se convirtió en conocimiento y éste en poder, La sociedad se dividió entre quienes tenían ese conocimiento y quienes no lo tenían, entre quienes sabían y los que no sabían, entre quienes mandaban y quienes obedecían, entre quienes pagaban tributos y quienes los recibían. 

El mito se transformó en "lo sagrado". Surgió el poder y el poder se empezó a describir a sí mismo y a los demás. Entonces, para controlar la información y la conducta, se inventó el Estado y la moral. Y con ello apareció la retórica, para seducir y manipular. Apareció la escritura y el alfabeto. La escritura necesitaba un soporte físico y en Egipto se inventó el papiro, en Asia menor el pergamino y en China el papel. Aparecieron las bibliotecas. Siglos después, seguirían los indios con el cero. Las cuatro rutas de la seda llevaban y traían.

Fue entonces cuando un emperador de la India, Asoka, queriendo expandir el budismo en el lejano oriente, envió misiones de monjes que, deseosos por abaratar los costos de sus mensajes religiosos, empezaron a experimentar con la impresión y, siglos después, se inventó la imprenta. Y con ella, el libro, la prensa y los cafés.

La colonización trajo las llamadas "nuevas drogas": café, tabaco, chocolate y té. La imprenta dio origen al libro y a la prensa. El libro se ligó al pensamiento ilustrado, enciclopédico y filosófico; y la prensa a la opinión pública. Los cafés eran esos lugares donde se comía, se cantaba, se contrataba prostitutas, se consumía las nuevas drogas y las viejas (alcohol), y se leía las noticias del día, las aportaciones de los letrados (en voz alta) y la literatura popular -erótica, de fantasía- (en voz baja).
Lo que siguió después, lo conocemos bien: surgió la cultura de masas y la tecnología para llegar a ellas: radio, cine, televisión, computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas, en fin, internet.

Y todo esto se desencadenó solo porque un pequeño mono sintió hambre y tomó una fruta.

Te animo a leerlo. Es fascinante.