domingo, 5 de mayo de 2013

Cuando el cambio impide el cambio



"Cuando adoptamos un régimen vegetariano, nos entregamos intensivamente al yoga o a una práctica espiritual nueva, producimos un cambio en nuestra vida, Pero ¿refleja esto nuestra libertad o, por el contrario, una nueva forma de expresar nuestra necesidad de tener cadenas?" (Laurance Lemoine)
Cuando era un adolecente y empezó a ocurrir que algunos de los de mi generación embarazaban a sus enamoradas, además de comentar y disfrutar de las bodas a la carrera con que los avergonzados padres trataban de salvar la “honra familiar”, solíamos entre los varones hacer esta broma: 

- “Si tu novia sale embarazada y te quieren obligar a casarte, ¿te casas?”

- ¡Jamás! –respondíamos- ¡Prefiero la cárcel antes que perder mi libertad!

La historia es familiar y se parece mucho a la del revolucionario, sindicalista o reformista que batalló, sufrió y dio su juventud para producir un cambio en su sociedad, y que una vez en el poder o la presidencia, se transforma en el personaje más refractario al cambio pese a ser autor y testigo directo del sufrimiento del pueblo que dicen amar y defender y del sufrimiento de ellos mismos. Piensen en algunos ejemplos, pasados y actuales.

Son como el patriarca familiar que ve a sus hijos crecer incapaces de pensar por ellos mismos, de mantener relaciones saludables con otras personas y de proveerse el sustento, pero que, pese a todo, no suelta el control.  

Es como si dijeran que “el cambio solo es válido si es como yo me imagino que debe ser cambio” y una vez producido el cambio “ya no es necesario que nada cambie” y que “es mejor sufrimiento conocido que felicidad por venir” o, como dirían una graciosa amiga limeña:

 “Primero muerta antes que sencilla”.

El “poder corrompe” dirán algunos, “una cosa es con guitarra y otra cosa es con cajón” dirán otros. Pero como nada de esto explica aún el por qué ocurre esto, me pareció que había que buscar esos motivos en otra parte, es decir, la mente humana, la del individuo. Y encontré esta cita de Miguel Benasayag:

“Hombres y mujeres desean ser respetados y mejorar sus condiciones de vida pero, contrariamente a lo que creen los movimientos revolucionarios y libertarios y los herederos del humanismo, ellos no desean la libertad, que es una cosa completamente diferente.”
Por el contrario, dice Laurance Lemoine, lo que ocurre con los que siguen al ex revolucionario es que desean una servidumbre que se expresa mediante la obediencia ciega a un dictador, autócrata o patrón y no mediante la búsqueda de iniciativas y mecanismos creativos que le den sentido a su existencia como individuos y, por lo tanto, como sociedad.

Y lo que, siguiendo a Lemoine, ocurriría con el ex revolucionario, ex sindicalista y ex reformista sería que su proyecto de cambio personal, que es la materia prima de todos los demás cambios, nunca se materializa sino que queda sepultado por la urgencia de cambiar el mundo, una tarea tan colosal que termina inhibiendo su capacidad de intentarlo. Terminan, por lo tanto, paralizados en una zona cómoda (de confort) representada por el cambio ya obtenido que defenderán incluso con su propia vida y, principalmente, la de los demás.

Del  mismo modo que "tratar" (o "intentar") es un verbo que solo cuenta si lo conjugo en tiempo pasado, cambiar es un verbo que solo cuenta si lo conjugo en presente. Si digo "estoy tratando" en realidad no lo estoy haciendo, solo intentándolo. Si digo "cambiaré", estoy postergando algo. Si digo "cambié", alguna vez abracé el cambio pero ya me he quedado en el pasado y he abandonado mi propio desarrollo.

Antes decía: “Cambio o muerte, venceremos”. 

Hoy dice: “Primero muerto antes que cambiar”.

Cuando esto ocurre, es porque ha caído en la paradoja del cambio que impide el cambio, una de las tantas paradojas de la que está llena la existencia humana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario