lunes, 3 de marzo de 2008

El acuerdo del desacuerdo


Si piensan que les hablaré de Hillary y Obama, se equivocan.

Quiero hablarles de la democracia gringa y no de la que justifica portadas y titulares en CNN, sino de aquella que transcurre silenciosamente como líquido vital de un sistema que no lo podemos ver si no vivimos aquí y permanecemos abiertos, curiosos, ingenuos, fáciles de ser sorprendidos…

Muchas veces, los inmigrantes vemos sólo lo superficial –bueno o malo- de la sociedad que nos acoge. A mi tampoco me gusta la comida gringa, pues es simplemente intragable. Tampoco me gusta lo que hacen fuera de sus fronteras.

Pero no puedo decir lo mismo de su democracia, que no es perfecta pero está mucho más cerca del ideal que las nuestras.

Da gusto y les explicaré por qué.

Estamos en una democracia, ergo, tu opinión y tu derecho no cuentan

Hace unos años, un domingo por la noche después del cine, alrededor de las 11:30, dejaba en su casa de San Isidro a una amiga, cuando ella se percató que en el club que había frente a su casa se realizaba una fiesta muy ruidosa. Cuando respetuosamente pedimos al gerente del club que cesara el ruido, la respuesta de uno de los vigilantes fue que él "no entiendo por qué se quejan de la fiesta, ellos tienen derecho… en el Peru hay democracia".

En menos de un segundo, me quedó claro que, para este caballero, el límite entre el uso y el abuso –que siempre está allí donde comienza el derecho de prójimo- simplemente no existía.

El debate, ¿de qué hablan para oponerme?

Tiempo después, fui al cine a ver la película "The Great Debaters" o "Los polemistas" y salí encantado, no sólo por lo bien hecha que está sino sobretodo por las reflexiones que me produjo. La película trata sobre la historia de unos jóvenes estudiantes afroamericanos que dirigidos por un profesor (Denzel Washington) organizan un club de debates y participan exitosamente en cuanto debate se les presenta en escuelas y universidades negras de los Estados Unidos.

Estos debates son una práctica común en este país e, independientemente de que nos guste o no esa sociedad, son uno de los ingredientes principales de su democracia, también llamada pluralista, porque admite la discrepancia, incluso -aunque debería decir "sobretodo"- con el poderoso, como algo natural en sociedad. Por el contrario, nuestra dizque latinísima democracia republicana tiene más de republicana que de democracia, porque en ella la discrepancia –sobretodo con el que ostenta el poder- es considerado desleal, pérfido y hasta traición a la patria.

En Estados Unidos, las leyes, cuando son controversiales, son siempre sometidas al escrutinio público a través de audiencias públicas legislativas… pero… ¿qué fue lo que dije? ¿audiencia pública legislativa? ¿Estoy loco o me falta poco? ¿Cómo se come eso? Fácil, cada año, entre enero y marzo, el parlamento de cada Estado se reúne para discutir y votar proyectos de ley. De todas éstas, las más controversiales son abiertas al público, de tal manera que los ciudadanos que deseen pueden opinar frente a todos los parlamentarios y medios de prensa, lo que piensan de tal proyecto de ley. Por esos cabildos, verán ustedes desfilar desde líderes sociales, hasta oficiales de la policía y, claro, a mi buena amiga Rachel, y discrepar. A nadie se le prohíbe discrepar. Si después el proyecto de ley es aprobado y promulgado por el gobernador (que muchas veces los veta), todos la cumplen, incluso los que discreparon, porque lo hicieron conscientes de que la regla de la discrepancia va de la mano con el cumplimiento de la ley. Pues no es democracia sólo aquella que hace lo que a mi me gusta ni sólo aquella que elige una suerte de virrey contemporáneo cada 5 ó 6 años.

Y el tema es que dicho país no solamente existe una cultura de la discrepancia que es muy saludable y aceptada, sino que existen los mecanismos para que la divergencia no se quede sólo en desacuerdo.

Para muestra un botón. La comisaría de un condado de Georgia (Cobb) está siendo cuestionada en estos momentos por aplicar la ley haciendo diferencias raciales en contra la comunidad latina. Bueno pues, cuando todos pensábamos que se iba a salir con la suya, resulta que en este país existe algo que se llama la CALEA *, una comisión integrada por otras 4 asociaciones vinculadas a la seguridad pública, que tiene como meta, entre otras, establecer prácticas para el personal justas y no discriminantes y aumentar la confianza en la agencia de parte de la comunidad y de sus empleados.

Todas las comisarías de los EEUU tienen que renovar su licencia de funcionamiento cada cierto tiempo y esa licencia la renueva CALEA. Si un comisario y sus huestes actúan injustamente, pueden ser cuestionados por cualquier persona en una audiencia pública dirigida por CALEA. Y esto lo que le está ocurriendo al comisario de Cobb, quien –tal como comentan los diarios- es posible que no siga más en el puesto.

Este sistema no asegura que casos de abusos no vuelvan a ocurrir, pero es una magnífica válvula de escape que evita las crisis políticas y la institucionalización de la injusticia y el abuso y, muchas veces, mejorar paulatinamente el sistema.

Democracias coloniales
Esto, en un nuestros países, es simplemente imposible. Sería un sacrilegio. Y por eso los problemas, abusos e injusticias siempre conducen a crisis terribles que son, al fin y al cabo, la única manera de encontrar una solución que casi siempre cuesta sangre, sudor y lágrimas.

En nuestro sistema, todavía con demasiados rasgos coloniales, los funcionarios que reciben autoridad, inmediatamente la asimilan como un órgano vital y sienten que ellos, en si mismos, encarnan la autoridad. El cambio político y social, así, se hace difícil, lento y doloroso, sólo posible después de largas jornadas de protesta.

En todas partes se cuecen habas, es cierto, pero, como regla general, nuestros sistemas se acercan más a una gran olla de presión  herméticamente cerrada en donde de cuece un estofado cuyos ingredientes son altamente inflamables. El sistema gringo, por el contrario, se parece más una olla de cocción lenta, con la tapa semi-abierta, en donde los alimentos no pierden sus vitaminas y se conservan jugosos y nutritivos, y en donde siempre se pueden agregar nuevos condimentos.

Lo mejor de toda esta historia, es que este tipo de democracia está profundamente enraizada en los ciudadanos estadounidenses y no depende de la buena voluntad de un caudillo y la egoísta conveniencia de elites o masas anónimas, como casi siempre son nuestras democracias hispanas. Los ciudadanos de este país la practican cotidianamente y es tan común y silvestre como respirar. En suma, todos están de acuerdo en que "¡qué bueno es poder estar en desacuerdo!"

Y no, no me he transformado en un pro-yanqui. Simplemente, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

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*  The Commission on Accreditation for Law Enforcement Agencies, Inc., (CALEA®) 
http://www.calea.org/content/commission

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