miércoles, 11 de noviembre de 2009

La tienda de la verdad


(Cuento de Anthony de Mello. Adaptación mía)

Este era un hombre muy rico, con un apellido ilustre, una educación impresionante, una familia de alcurnia, un prestigio social envidiable, pertenecía a los clubes más exclusivos del mundo, viajaba siempre en primera clase, sus hijos estudiaban en colegios exclusivos, en fin… era un hombre que había logrado obtener tanto en la vida y lo había hecho estudiando y trabajando duro, honestamente, que se sentía sinceramente bendecido por Dios y feliz.

Un día, el hombre -a quien le encantaba viajar- andaba de turista y caminaba paseando por la callecitas de la ciudad provinciana de otro país. Tenía tiempo y entonces se detenía algunos instantes en cada vidriera, en cada negocio, en cada plaza. Al dar vuelta una esquina se encontró de pronto frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco, intrigado se acercó a la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate... en el interior, solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que anunciaba: TIENDA DE LA VERDAD.

El hombre estaba sorprendido. Pensó que era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué vendían. Entró. Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:

- Perdón, ¿esta es la tienda de la verdad?
- Sí, señor.
Así que aquí en este pueblucho vendían verdad. Nunca se había imaginado que esto era posible, llegar a un lugar y llevarse la verdad, era maravilloso.
— Ah! Qué bien! Buenas tardes, soy Juan de la Piedra y Mendoza, Arquitecto de paisajes.
— Mucho gusto, ¿qué tipo de verdad anda buscando? ¿verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?
— Verdad completa –contestó el hombre sin dudarlo. “Estoy tan cansado de mentiras y de falsificaciones”, pensó, “no quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni defraudaciones”. Yo sólo adquiero lo que es auténtico.
— Así que me llevaré la… ¡Verdad plena! –ratificó el hombre.
— Bien, señor, sígame.

La señorita acompañó al cliente a otro sector y señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo:

— El señor lo va a atender.

El vendedor se acercó y esperó que el hombre hablara.

- Vengo a comprar la verdad completa.
- Ahá, qué bien! pero, ¿el señor sabe el precio?
- No, ¿cuál es? –contestó rutinariamente- Dígamelo, estoy dispuesto a pagar el precio que sea –dijo, mientras sacaba la tarjeta de crédito y a la vez la chequera. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad y tenía tanto dinero que realmente podía comprar lo que se le antojase.
- No! No se preocupe –dijo el vendedor- no queremos por ahora su dinero- Si usted se la lleva –dijo el vendedor mientras ponía sobre el mostrador una canasta de mimbre— el precio que ha de pagar es el siguiente: primero que nada, ponga en esta canasta sus nombres y apellidos, ¿cómo dijo que se llamaba? Pero, bueno, ya no importa. Ahora, ponga en ella también su tarjeta de crédito, su chequera, de hecho, ponga en ella todas las tarjetas y papeles que lleven su nombre, su licencia de conducir, su partida de nacimiento, su pasaporte, todo, sus carnés de membrecía, su partido político, su biblioteca, sus fotos de niño, sus networks, sus libros, sus empresas, su puesto de trabajo, todo, todo, no se quede con nada que no sea aquello con lo que usted llegó a este mundo...
El hombre obedecía angustiado, pues no tenía idea de cuál era el sentido de todo esto.
- Perfecto –prosiguió el vendedor- ahora su traje, su sombrero, sus pantalones, su ropa interior, de hecho, toda su ropa, su auto, el título de su casa, su diploma de arquitecto, su religión. Gracias. Y ahora, sus memorias, sobretodo los agravios y sus sueños de grandeza, déjelo todo, todo lo que usted adquirió desde el día en que nació y NECESITA para sentirse feliz... puesto que... no podrá volver a utilizarlos.

Y cuando el vendedor dijo esto último, un frío corrió por la espalda del hombre. ¡Nunca se había imaginado que el precio fuera tan grande!

- Pero… pero… -balbuceó- yo he venido a comprar la verdad completa… y usted me pide todo lo que tengo y he logrado en esta vida….

- Tranquilo- le dijo el vendedor- no se angustie, que usted podrá llevarse todo esto que ha puesto en la canasta cuando quiera… pero claro, para ello tendrá que devolver la verdad completa, aunque sin apuros… en esta tienda tenemos una política de retorno de nuestra mercancía a cambio del precio pagado de plazo indefinido. Aunque también tenemos una política de retorno del precio pagado sin que usted tenga que devolver la mercancía. ¿Cuál desea? ¿la primera o la segunda?

- Pues, la segunda, claro está! –dijo el hombre casi gritando de alegría- que había hecho millones de dólares en las bolsas de valores y había sido considerado el hombre negocios del año por varios años consecutivos.
- Bien, la segunda funciona así: el precio pagado se le devolverá cuando todo esto que dejó en esta canasta, usted ya no lo NECESITE para nada, absolutamente para nada de nada, ni tampoco las haya reemplazado con otras posesiones que cumplan la misma función.
- Pe… pero, no entiendo... si no tengo nada de esto y no las puedo reemplazar… ¿cómo voy a sobrevivir? y si ya no las necesito ¿para qué las quiero?
- Disculpe, señor, ese es el precio y esa la política de este establecimiento.
- Gra... gracias, disculpe... –balbuceó el hombre, frustrado. Se dio media vuelta, tomó todas sus posesiones y salió del negocio mirando el piso. Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para traer a casa la verdad completa, de que todavía NECESITABA algunas mentiras donde encontrar descanso, sus nombres, sus apellidos, su ropa, su closet, su auto, su casa, su alcurnia, su titulo de arquitecto, su posición social, sus cargos, sus puestos, sus resentimientos, sus agravios, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo.

- Quizás más adelante- pensó- quizás más adelante… tal vez, por ahora, sea mejor seguir... sobreviviendo.

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