martes, 24 de noviembre de 2009

Mentiras poco "piadosas"


El “error” es el nombre y pretexto preferido que muchos peruanos les damos a nuestros faltas, delitos y atropellos.
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Son ya de la sabiduría popular las frases que señalan al Error como algo propio del aprendizaje y una señal clara de que estamos actuando en la Vida, es decir, una oportunidad que se presenta para mejorar, reconociendo las fallas de un primer intento.

Y hay frases realmente hermosas como, por ejemplo una atribuida a Woody Allen que dice que “Si no te equivocas de vez en cuando, quiere decir, que no estás aprovechando todas tus oportunidades” u otra de Rabindranath Tagore “Si cierras la puerta a todos los errores, también la verdad se quedará afuera.” Y a ellas me adhiero.

Pero una cosa es cometer errores y hacerlos partes del aprendizaje y otra muy diferente robar, estafar, defraudar, mentir descaradamente, quitarle la vida a alguien, violar y luego, después de que se ha sido descubierto y puesto en evidencia pública, decir: “Sí, yo hice eso. He cometido un error”

Digamos las cosas claras. Uno cosa es el Error y otra la intención (dolo)

Cometo un error cuando llevo a cabo una acción que busca un resultado diferente o totalmente opuesto al que termino obteniendo y eso ocurre debido a que tuve una equivocada representación mental de la realidad al momento de actuar. Esto es, que un verdadero Error es siempre total y absolutamente no-intencional. Si estoy con un arma de fuego cargada y asalto a alguien y el arma se dispara, no es un error, es un delito, y es intencional pues lo que hice lo hice con lo que el derecho llama “dolo eventual”. Y por eso me hacen gracias esas cartas de personas que se disculpan de algo porque “se debió a un error involuntario.”

Lo terrible es que si uno enciende el televisor para ver uno de esos noticieros peruanos que yo llamo “Obituarios en vivo”, verá como los criminales avezados, violadores, ladrones de bancos, asesinos y políticos corruptos parecen seres iluminados que siempre, con un gesto de falso arrepentimiento frente a cámaras, confiesan haber cometido un “error”. No, eso no es un error, eso es Cinismo, o sea, descaro para mentir o cometer faltas y delitos, desvergüenza en defender o practicar actos ilícitos.

Y eso ha sido lo que hemos escuchado decir al cínico congresista Gustavo Espinoza quien mintió en la hoja de vida que presentó al Jurado Nacional de Elecciones, consignando que había cursado estudios en la Facultad de Ciencias Administrativas y Económicas de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Confrontado por la prensa, Espinoza admitió ante el referido medio que nunca pisó las aulas universitarias y argumentó que el haber consignado ese dato en su hoja de vida “obedece a un error administrativo”.

Harto ya de estar harto de este tipo de declaraciones desvergonzadas, busco en la web y encuentro una entrevista a Gustavo Espinoza que lo pinta de pies a cabeza, y en donde declara sin asomo de vergüenza que “en política, como en fulbo (sic) como en tu casa, si no recibes machete no andas… uno tiene que hacer siempre el clic con el pueblo.”

Es duro decirlo pero es necesario si queremos un país y un mundo mejor: el error es el nombre y pretexto preferido que muchos peruanos le damos a todas nuestros atropellos, faltas y hasta delitos. Y el congresista Espinoza es el hijo modelo de esa parte del pueblo que es cómo él, es decir, que nunca comete faltas sólo errores y, por lo tanto, los seguirá cometiendo.

Lo delicado de eso es que los que nos irritamos e indignamos ante este tipo de cosas, no somos capaces de ver la realidad que hay detrás de ello: si lo que dicen Woody Allen y Rabindranath Tagore sobre el Error es cierto (que es algo propio del aprendizaje y una señal clara de que estamos aprovechando nuestras oportunidades), entonces Gustavo Espinoza no mintió cuando dijo que la falsedad de sus estudios universitarios se había tratado de un Error.

Hay que leer entre líneas. Para Gustavo Espinoza, el error de Gustavo Espinoza no fue el haber mentido, sino el no haber sobornado oportunamente a las autoridades universitarias para que alteren los registros o mientan y digan que él sí estudió.

Admitir una falta es empezar a alinearse con Allen y Tagore. Admitir un error es alinearse con la desfachatez y la grosería. Y las consecuencias son muy diferentes.

Si admito mi falta, pido perdón, me arrepiento, me planteo un propósito de enmienda y, por lo tanto, me hago responsable.

Si sólo admito un error, no tengo nada de qué disculparme, no hay arrepentimiento porque “no fue mi voluntad”, no me propongo enmienda alguna porque no hay nada que enmendar sino al contrario, la próxima vez tendré que perfeccionar mi falta y, por lo tanto, no me hago responsable y sigo siendo un cínico, descarado, fresco, sinvergüenza y manipulador.

Cada vez que estemos a punto de “admitir un error”, pensemos si esas son los valores que queremos para nuestros hijos y para el Perú. No vaya a ser que mañana, los jóvenes de hoy terminen, “por un error involuntario”, abandonando a sus hijos y padres ancianos, maltratando a su cónyuge, falsificando documentos, mintiendo a la opinión pública y siendo elegidos para ser nuestros representantes en el Congreso. Una mentira es una mentira. Nunca un error.

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