martes, 25 de diciembre de 2012

El líder… ¿habla o escucha?




En la sociedad contemporánea, donde aún predomina la tendencia a darle más valor a hablar que a escuchar, al líder o presidente de una compañía o de un país, siempre se le pide que en las grandes ocasiones hable, que de un discurso, que diga algo. Nunca se le pide que escuche.

Con esta idea, empiezo mi  25 de diciembre revisando en los diarios las ofertas de cursos que me gustaría recomendar a mis seguidores este verano, practicando el hábito de la Renovación a que se refiere Stephen Covey en su libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva.

Me encuentro con varios talleres y cursos que ofrecen capacitarme en “Oratoria y liderazgo”. Esto es, Oratoria, el arte de hablar con elocuencia; y Liderazgo, la capacidad de influir en las personas. Y me surge esta pregunta: ¿es que ser líder está asociado únicamente a hablar?

Veamos, comunicar lo es todo. No hay nada en esta vida que hagamos sin comunicar. Si fuésemos seres separados del resto de la existencia y la sociedad, tal vez podríamos sobrevivir sin comunicar. Pero no lo somos y, por el contrario, lo que hacemos cada segundo de nuestra vida es hablar y escuchar.

De allí que, un buen líder necesita ser un buen comunicador, es decir, saber hablar pero, por encima de todo saber escuchar.

Pero, ¿es así realmente en tu empresa, en tu ministerio? En el mío, no.

Mi tesis es que el cuerpo nos sirve para “escuchar”, mientras que la mente nos es útil para interpretar y juzgar si es favorable o desfavorable para nosotros lo que “escuchamos” y también, como un sub-producto imperfecto e inacabado, para hablar.

Y no me estoy refiriendo a hablar y escuchar sólo con otros seres humanos ni sólo con los oídos o con la boca, si no a hablar y escuchar en el sentido más amplio y natural de la palabra que abarca los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Es decir que los sentidos nos sirven no sólo para percibir y observar el mundo tal como es.

Esta última afirmación la podemos ver a diario en las expresiones que, sin darnos cuenta, usamos cuando contamos a alguien más una experiencia. Decimos cosas como “me ha lanzado una mirada”, “se te escucha muy bien”, “esto no me huele muy bien”, “esta fruta tiene un sabor desagradable” y “tengo un nudo en la garganta”. Esto es que, a través de los sentidos, que son funciones corporales, “oímos” o, mejor dicho, “conversamos” con el resto de la existencia.

Pero hemos sido educados para hablar, no para escuchar. Estamos en una sociedad en donde el "hablar" es un derecho humano y escuchar no existe. Ese derecho es la libertad de expresión que, en sí misma, está basada en el hablar, en el expresarme, en decir algo, sin que exista el deber de escuchar. 

Así, todo el sistema político democrático, que se debe basar en el respeto al derecho, vida, intereses y sueños del Otro, está edificado sobre el hablar. Craso error, pues todos sabemos que muy poco beneficio trae hablar sin escuchar.

Escuchar es el pre-requisito de hablar.

La empresa que lanzó un producto exitoso al mercado primero tuvo que escuchar al consumidor usando las herramientas del marketing. Lo que el líder de tu compañía o de tu país tenga que decir sólo tendrá valor y legitimidad si antes ha escuchado al empleado o al ciudadano. Lo que diga un ministro o el presidente en un discurso oficial o frente a los micrófonos de la prensa, tendrá valor y legitimidad si antes ha escuchado al ciudadano. 

¿Cómo lograrlo? ¿Cómo crear en tu compañía, tu ministerio o tu país, una cultura de grandes lìderes Escuchadores?

Yo empezaría por cerrar algunos cursos de Oratoria y crear algunos talleres de “Escuchatoria y liderazgo” que me parece una asociación más natural.

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