jueves, 16 de abril de 2009

Fujimori y la autoestima nacional

Leí esta mañana este excelente artículo publicado ayer en El Comercio y no resistí la tentación de compartirlo con ustedes. Demás está decir que coincido con el autor, pero no está demás traerles a la memoria la foto que ven. En ella, Fujimori y Montesinos aparecen en la salita, la misma salita en donde se repartía el dinero de los peruanos a los políticos tránsfugas, dueños de diarios y revistas, artistas, etc, a cambio de su fidelidad y lealtad a un gobierno que se hacía cada vez más corrupto.

Lo especial de esta foto es que en ella Fujimori y Montesinos -en aquellos momentos que creían estar más allá del bien y del mal-aparecen con el mismo traje y corbata, haciéndonos saber que tenían una alianza indisoluble y que a todos, nos guste o no, nos tenía que quedar claro. Hay otras fotos que no he podido conseguir, pero seguro las recuerdan, como aquella en la que Fujimori levanta una enorme yuca ante las cámaras de televisión dejando claro que la la yuca (la trasngresión de la legalidad, la fuerza, el engaño y los hechos consumados) quedaría elevada a la categoría de estrategia política. Esa yuca que, como escribió, Gonzalo Portocarrero, "... era a veces patente en el propio rostro de Fujimori, en sus ojos de triunfo y en su risa contenida, en esa expresión "cachacienta" y burlona con la que apenas podía contener la afloración obscena del goce de la pendejada. "Se las metí (a todos)". (*)

No hay felicidad ni éxito personal sin autoestima. Y lo mismo podemos decir los pueblos.

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La cura, ¿peor que la enfermedad? Fujimori y la autoestima nacional
Por: Fernando Berckemeyer, Abogado
Más allá de la discusión acerca del nivel de certeza con el que se probó (o no) su participación en los crímenes contra los derechos humanos por los que ha sido condenado, resulta sorprendente el nivel de apoyo que todavía tiene Alberto Fujimori en nuestra sociedad. Porque Fujimori, además de presidir el gobierno que objetivamente acabó con el terrorismo y la hiperinflación escatológicos de los ochenta, también acabó, eficacísimamente, con las instituciones que existían para dividir el poder y garantizar nuestros derechos —los de todos y cada uno—, hasta que no hubo en el Perú proceso judicial ni administrativo importante que se resolviese en contra del querer de sus lugartenientes, ni (salvo excepciones) prensa que nos informase de nada contrario a sus intereses, ni Jurado Nacional de Elecciones que contase nuestros votos, ni contralor que controlase sus gastos, ni Congreso que lo fiscalizase, ni Tribunal Constitucional, ni nada que no fuese su voluntad.
Es decir, nos salvó de estar a la merced del terrorismo y la hiperinflación, como dicen sus admiradores. Pero solo para que pasásemos a estar a su merced.
Una vez nos tuvo ahí, no ejerció discreción alguna en su desprecio. No es hipérbole: está todo grabado, surrealistamente.
Nuestros representantes eran comprados con maletines de dinero para que hicieran solo lo que él quería. A nuestros periodistas les dictaban "las noticias" que nos contarían a cambio de más maletines. Nuestros generales recibían sus órdenes del espía que fuese declarado traidor a la patria y cobraba cupos a narcotraficantes. Y nuestros empresarios negociaban su apoyo al presidente a cambio de que la justicia les resultase propicia.
Sin embargo, a nadie trató Fujimori con más desprecio que a los más pobres. A ellos los trató con pan y el baile del "Chino", pan y diarios chicha para los instintos más rastreros, pan y Laura Bozzo, pan y colegios sin profesores, pan y tecnocumbia, tecnocumbia y fraude electoral; convirtiendo al Perú en una especie de gigantesco Trampolín a la Fama (pero sin la calidez de Ferrando), donde los pobres entregaban su dignidad a cambio de regalos.
Es decir, nos salvó, pero para pasar a envilecernos.
Por eso el fujimorismo es un excelente termómetro de nuestra falta de autoestima como sociedad. No es coincidencia que sus núcleos más duros de apoyo estén en los sectores más altos (donde muchos no creen en nuestra viabilidad como sociedad libre) y en los más bajos (donde a tantos otros se les ha enseñado que el bienestar es algo que decide regalarnos un todopoderoso papá-gobernante).
Y es que hay que tener poca autoestima para contentarnos con que nos tengan seguros y bien (o al menos, mejor) alimentados, pero sometidos, desinformados y sin más derechos que los que nuestro "protector" nos quiera reconocer, como tiene al ganado su pastor. No en vano lo que el gobierno de Fujimori atacó sistemáticamente —nuestra libertad y nuestra capacidad de pensamiento propio (cuando buscaba comprarnos y cuando buscaba embrutecernos)—son acaso las dos cosas que más definen nuestra dignidad de seres humanos.
Con el fujimorismo no se juegan, en el fondo, como muchos parecen creer, solo valores abstractos como la institucionalidad o el derecho. Se juega algo tan personal como la piel que nos cubre y tan básico para el desarrollo como la seguridad y el crecimiento: nuestro autorrespeto.

(*) Recomiendo leer: "El "caballazo", la "yuca" y la "patada" de Gonzalo Portocarrero, disponible en: http://gonzaloportocarrero.blogsome.com/2008/05/29/el-caballazo-la-yuca-y-la-patada/

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