jueves, 9 de abril de 2009

Mi encuentro con Leopoldo Dante Tévez, más conocido como Leo Dan





La vida, dice el gran Facundo Cabral, es el arte del encuentro.

¿Cómo se sentiría si un día, sin siquiera imaginarlo, se encuentra cara a cara con uno de sus ídolos?

Eso mismo me ocurrió hace algunos años cuando, gracias a una llamada de última hora para saludar a mi amiga Maite por su cumpleaños, fui invitado a una cena en su casa. Corría el año 1995 y Leo Dan se encontraba en una de las tantas giras que suele hacer por el Perú, en donde lo queremos tanto.

Llegué puntual a casa de mi amiga y minutos después escuché la conversación telefónica que ella tenía con alguien a quien llamaba “Leo”. Luego de explicarle como llegar a su casa, colgó el aparato y dijo para todos:

“Ya viene Leo Dan”.

Y yo no le creí. Es una broma pensé. Pero, media hora después lo vi cruzar el umbral de la puerta de esa casa. No era broma, Leo Dan estaba allí. El héroe de mi infancia, el artista que conocí acompañando a mi madre al cine, el cantautor de las canciones más tiernas que uno se pueda imaginar, estaba allí. Acompañado de su primera guitarra y director musical y dos de sus coristas, el gran Leo Dan, mi héroe, estaba allí.

Hay quienes dicen que no es bueno conocer a los héroes e ídolos, en especial los de la infancia, sin correr el riesgo de decepcionarse. Pero, ¿qué podía hacer yo? Yo no lo había buscado. El destino me lo puso al frente.

La imagen que siempre tuve de Leo Dan estaba ligada a la ternura de sus composiciones y a la calidez de su voz, a su condición de provinciano (como yo) y muchachito ingenuo. Ese era el Leo Dan que yo tenía en mente y corazón y que, de pronto, se me presentaba con fácilmente 15 kilos extras y muchos años más.

Todos, al verlo, sin darle oportunidad de respirar, corrieron a él a pedirle autógrafo que él firmó uno tras otro así, en una sola línea:

“Con cariño. Leo Dan”

Yo, músico y actor aficionado y tal vez por eso un poco más sensible que los demás, espere que todos dejaran de acosarlo, para acercarme y decirle:

“Hola Leo, yo soy Julio. ¡Es realmente un gran placer conocerte!”

Leo sonrió tiernamente y respondió con humildad:

“!Gracias, Julio! Espero no decepcionarte.”

Y la fiesta continuó. Después de comer y beber nos sentamos en la pequeña sala hablando de muchas cosas y hasta contamos algunos chistes. De hecho, el mismo Leo Dan contó un chiste sobre su pueblo en Santiago del Estero:

“Mi pueblo es un lugar pequeñito –dijo- y cuando y era niño a mucha gente realmente no le gustaba trabajar. Imagínense que cuando alguien se moría, en la lápida, en lugar de escribir: Aquí Descansa en Paz, escriben: Aquí sigue descansando…”

Jajajaja…. Me hizo reir mucho y seguimos contando chistes y riendo hasta que Maitecita empezó a pedirlele una y otra vez a Leo Dan:

“Leo, por favor, ¡Canta Mary es mi Amor!”

El, con mucha cortesía, se disculpaba respondiendo que no podía porque tenía agotada la voz y tenía dos conciertos diarios por los próximos 7 días y que, por favor, le disculpáramos.

Tanto insistió Maite que Leo tuvo que pedirle a su guitarrista:

“Che, flaco, traéte la guitarra y cantate algo”

Y el flaco trajo la guitarra y cantó varias canciones, hasta que yo no puede aguantarme y le pedí la guitarra.

“Leo –le dije atrevidamente- voy a cantar tus canciones”

Y zas! Me lancé con Jamás podré olvidar, Mary es mi amor y Te he prometido, una tras otra, hasta que, al fina de la tercera canción, vi como la mirada de Leo se hacía más tierna y dulce mientras me decía:

“!Dame esa guitarra!”

Y allí empezó realmente la noche. Cantamos, cantamos y cantamos. Yo le hacía, lo0 mejor que podía, la segunda voz y él me animaba, mientras admirado repetía:

“Che, ¡vos te conocés todas las letras!

Una hora, dos horas, tres horas… no sé cuánto tiempo hemos cantado juntos y por momentos hasta abrazados como dos buenos amigos de la adolescencia recordando fiestas, borracheras y amores del pasado. Hemos cantado hasta que él le dijo al guitarrista:

“Flaco, tocate esa que canta Cafrune y que me gusta tanto.”

“Y vos –me dijo desafiante- esta si que no te la sabés.”

El flaco, entonces, se echó a tocar “Coplas del payador perseguido” un hermoso poema-canción que tiene más de 10 estrofas de 6 versos cada una, cantadas y recitadas, con acompañamiento de guitarra. Y yo, claro que me la sabía… si Jorge Cafrune es uno de mis favoritos y las coplas del payador ese ¡una de las que más me gustan!

Así que la cantamos junto una vez más, hasta que llegamos a una de las últimas estrofas que dice:

“Cantor que cante a los pobres
Ni muerto se ha de callar
Pues donde vaya a parar
El canto de ese cristiano
No ha de faltar el paisano
Que lo haga resucitar.”

Leo Dan, entonces, me hizo callar y pidiéndole son una señal que endulzara los arpegios de la guitarra, cantó esto mirándome:

“Cantor que cante a los pobres
Ni muerto se ha de callar
Pues donde vaya a parar
El canto de ese cristiano
No ha de faltar el Peruano
Que lo haga resucitar.”

Está demás decir que tanto él como yo y los amigos estábamos visiblemente emocionados. Él porque debe ser super bonito para un artista de su sensibilidad y ternura conocer a alguien 20 años (o más) menor que siente sus canciones como propias, hasta el fondo del alma. Y yo porque mi héroe seguía siendo mi héroe y había resultado ser tal y como me lo había imaginado desde mi niñez.

Pero, como todo lo bueno (y lo malo) termina, porque lo único permanente en esa vida es el cambio, Leo Dan empezó a despedirse y fue recién, en ese momento, cuando decidí pedirle un autógrafo. Le dije:

“Leo, quiero pedirte un autógrafo. Pero no es para mí, sino para mi mamá. Yo te conocí por ella y ella te admira muchísimo. Hazle un autógrafo a ella. Su nombre es Jael”

Leo Dan tomó entonces la hoja de papel que le di y escribió una larga y amorosa dedicatoria para mi madre que me la entregó no sin antes doblar la hoja en dos y estrujarla con las dos manos contra su pecho y corazón.

Y ya sin tener más que decirle, me despedí de él diciéndole:

“Gracias, Leo. ¿Sabes qué? ¡No me decepcionaste!”

Entonces, el enorme ser humano ese que es Leopoldo Dante Tévez, nacido el año del Señor de 1942, originario de Estación Atamisqui, Provincia de Santiago del Estero, en el hermoso país de Argentina, más conocido como Leo Dan, me abrazó por unos segundos, me dio un beso en la frente y se despidió diciéndome:

“Que Dios te bendiga”.

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